sábado, 3 de junio de 2017

MIRADAS TUERTAS


 










   


 (disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

La gran matriarca de los Horrach fue mi abuela Jacoba (madò Jaumeta), que irradiaba una autoridad temible en la familia. Le gustaba leer a Dickens y tomarse un brandy Terry cuando flaqueaban las fuerzas. Al final de su vida, destruida por el alzheimer, en ocasiones relajaba su habitual fiereza para abrazar una especie de trance en el que enunciaba unas sentencias lapidarias que nos dejaban estupefactos. La que más recuerdo es “ets ulls veuen lo que ets ulls volen veure” (los ojos ven lo que los ojos quieren ver). Ya en la universidad, descubrí el poso filosófico que contenía dicha alocución. Y es que los intereses suelen determinar nuestras ideas o decisiones, sobretodo a la manera de la “mentira orgánica” de Max Scheler, es decir, sin darnos ni puñetera cuenta.
Si algo debe enseñar la filosofía es a escudriñar en esa previedad que nos dirige, esos cepos infectados que limitan nuestra libertad, tratando al menos de conocer hacia donde nos empuja pavlovianamente nuestro inconsciente o bagaje personal. Si en determinados casos es muy necesario no dejarse arrastrar por esos ojos pre-dirigidos, por esa mirada cainita que lo lleva todo a nuestro terreno, esos casos se refieren a los políticos. Su condición de servidores públicos debería obligarles a templar el hooliganismo y mimar un espacio común donde el antagonismo crudo no nos conduzca al limbo de las incoherencias.
A todas horas vemos ejemplos de ojos que sólo ven lo que desean ver. La actualidad va sobrada de esos derrames. Sin ir más lejos, nuestro laboratorio dadaísta de Cort. Las jornadas sobre el Islam impulsadas por el inefable Aligi Molina han sido especialmente llamativas, tratándose de un ayuntamiento tan entregado a un laicismo beligerante y efectista cuando se trata del cristianismo. Pero el efectismo se reduce a su innata vacuidad, porque es del todo incongruente que luego se trate a la religión musulmana con una vara de medir tan opuesta.
Cuando uno anda tan obsesionado con sus enemigos acostumbra a cometer estos contrasentidos. La furia tiende a cortocircuitar las ideas de manera que se puede acabar apoyando lo contrario de lo que se profesa. Por eso feministas como Molina no quieren ver lo que predica y ejerce esta religión contra las mujeres. Para los demás, todo es micromachismo; para el Islam, barra libre. Pero, claro, al parecer no se trata tanto de defender a las mujeres como de atacar al heteropatriarcado (o como se llame) occidental.
Que la patología es transversal lo comprobamos al ver a tanto ultraliberal español apoyando, algunos de forma desaforada, a encabritados proteccionistas como Trump, Le Pen o Putin. Pero el sello de ‘enemigo de la izquierda’ pesa más que los supuestamente innegociables principios liberales.

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