El
gran Joseph Brodsky escribió un libro precioso dedicado a Venecia,
ciudad fetiche que él prefería visitar en invierno. Se titula Marca
de agua, y deberían dejar todo lo que están haciendo ahora
mismo para leerlo. Sin embargo, Brodsky no habría sido el escritor
más adecuado para dar salida literaria al retrato que de Mallorca
está ofreciendo el auto del caso Cursach. Mejor sicilianos como
Camilleri y Sciascia, o el americano Jim Thompson. Nuestra
perturbadora marca de fango autóctona lo merece.
Ahora
que al fin se ha roto la omertà, hay ganas de escribir sobre
Cursach y sus operaciones. Algunos medios, transmutados esta última
semana en paladines de la decencia, llevaron el silencio tan a
rajatabla que ni las delatadoras iniciales del implicado publicaban
en su momento. Igual que el engaño del asunto Nadia se prolongó
durante 8 años, lo insólito del caso Cursach no son tanto los
delitos en sí sino que se dilataran con impunidad olímpica por
espacio de tres décadas. El “preferiría no hacerlo” del
Bartleby de Melville ejemplifica la actitud que han adoptado tantos
años políticos, jueces y prensa, con la honrosa excepción de El
MUNDO y el magistrado Penalva. Mejor esperar a que se pringuen otros,
que luego los espabilados se sumarán con entusiasmo una vez que haya
cedido el dique. Como casi siempre en Mallorca, el cinismo
oportunista gana por goleada a la ingenuidad.
Eso
sí, recordemos que Penalva no ha levantado aún el secreto de
sumario. Es otra de nuestras anomalías. Si con Cursach desmelenado
no se publicaba nada, ahora todos desmenuzan un sumario que
supuestamente no es público, cuando se puede estar perjudicando a
muchas personas: los testigos
protegidos cuya identidad queda al descubierto, y
también gente acusada
por testimonios
endebles que
podría no ser
responsable de nada punible. Pero
las tenazas son más atractivas que el bisturí.
Ahora
todos somos anticursaquistas y vituperamos sus males. Hasta el punto
de que no me extrañaría que el propio Cursach se sacara de la manga
un supuesto jefe superior, en la línea de El jefe de todo esto de
Lars von Trier, y le endilgue las culpas. Un único culpable siempre
consuela psicológica y moralmente. Muchos que ahora dicen,
escandalizados, “¿cómo no se hizo nada mientras todo esto
sucedía?”, son los que prefieren que se pase página con los
desmanes de Sa Nostra, momento estelar que transforma el “no es no”
en beso lúbrico que sella la podredumbre bipartidista.
A
ver si se cumple el deseo de Esteban Urreiztieta, que hago mío
fervorosamente, de que aparezcan las listas de periodistas que
congeniaron con el universo Cursach. Caiga quien caiga. La marca de
fango todavía puede subir mucho más, permanezcamos atentos.
(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
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