lunes, 26 de julio de 2010

DESPUÉS DE TANTOS AÑOS (1993)


Tras el implacable ajuste de cuentas con el padre muerto (metáfora del franquismo) que supuso El desencanto (1976), la primera película dedicada a la familia del poeta Leopoldo Panero (1909-1962), 17 años después Ricardo Franco (1949-1998) fue todavía más allá retratando el proceso (auto)destructivo de los tres hermanos del poeta franquista: Juan Luis (1942), Leopoldo María (1948) y Michi (1951-2004). Tras el proceso expiatorio (en falso) que supuso para los hermanos Panero recordar críticamente la figura de su padre, lo que queda no es más que tres cadáveres aplazados de hombres destruidos hasta el hígado. Muerta también la madre, Felicidad Blanc (1913-1990), ya nada se interpone entre los tres cadáveres y una muerte que no tiene prisa en cobrarse su parte. El 'fin de raza' (a lo Wittelsbach) profetizado en la película de Jaime Chávarri se acaba cumpliendo con tintes góticos y un afilado desasosiego existencial. La del difunto Franco (también murió Michi, pocos días después del 11-M) es una de las películas más escalofriantes que se han rodado nunca en España. Tal vez por eso sea tan poco apreciada y recordada.

(primera, segunda y tercera parte de la película que aparecen en Youtube)

lunes, 12 de julio de 2010

QUÉ PASA CON SREBRENICA


Ayer domingo se cumplieron 15 años de la masacre de Srebrenica (es decir, del asesinato de más de 8.000 musulmanes bosnios a manos de las fuerzas del ejército serbo-bosnio dirigido por el general Mladic), y sigue llamándome la atención la frialdad y el silencio en el que transcurre el recuerdo de este genocidio que es el crimen más cruento sucedido en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. A cada aniversario sucede la más absoluta indiferencia, o incluso el rechazo más repugnante (la miserable FIFA se ha negado a que ayer se guardara un minuto de silencio en memoria de los asesinados en la final del Mundial). Mientras, todavía hoy se sigue dando sepultura a cientos de cadáveres en el centro memorial de Potocari.

Hoy en día, en que el victimismo y el resentimiento son los sentimientos más practicados en nuestro mundo, cresulta paradójico que casos como el de Srebrenica no provoquen la solidaridad de nuestros intelectuales o los llamados 'nuevos movimientos sociales'. Hemos llegado a un extremo en el que todo nos parece 'genocidio' (como señalaba anteayer Muñoz Molina en su artículo Holocaustos para todos) salvo los verdaderos crímenes sistemáticos encaminados a una limpieza étnica (traté de explicar esta situación en una de las primeras entradas del blog: La construcción de la moral occidental).

De Srebrenica no se habla y sólo aparece tímidamente en los medios en estas concretas fechas de aniversario, salvadas por homenajes puramente institucionales. La sociedad europea, tan pronta al exaltamiento con respecto a otras causas, se mantiene totalmente al margen. Qué contraste con el caso de Sabra y Chatila, que periódicamente es recordado (y manipulado, olvidando convenientemente que los asesinatos los llevaron a cabo las falanges maronitas de Eli Hobeika) en nuestros medios de comunicación. Analizando los datos, vemos que el número de víctimas bosnias fue muy superior al de palestinas, y además Srebrenica nos queda mucho más cerca que el Líbano, es parte de la Europa en que vivimos. Pero lo decisivo para que un caso se recuerde y el otro se olvide lo encontramos en la identidad del victimario: mientras que a los serbios (o serbo-bosnios) no los tenemos incluidos en nuestra categoría cultural-ideológica de 'culpable', sí sucede con los judíos y el estado de Israel. Por tanto, no es la identidad de la víctima ni su situación objetiva la que nos mueve a compasión y, en consecuencia, a la exigencia de justicia, sino la del verdugo. Y si no, pregúntense dónde queda la solidaridad europea con los kurdos, chechenos o los mismos musulmanes bosnios. No existe, simplemente porque sus verdugos son turcos, iraníes, iraquíes, sirios, serbios o rusos. El Mal, en nuestra particular película de 'etnocentrismo al revés', únicamente viene representado por los norteamericanos, Israel y la Europa conservadora, y más allá de esa esfera no hay más que un escalofriante vacío moral.

lunes, 5 de julio de 2010

MÚSICA DEL SUBSUELO (32): EL LEGADO DEL POST PUNK



Podría tratar de justificarlo con un mínimo de racionalidad objetiva, pero el calor veraniego aprieta hasta el punto de tener que conformarme ahora mismo con la más absoluta subjetividad para decir alto y claro que poco (o nada) del rock de los últimos 30 años puede igualar el legado que representa el post punk, aquellos grupos británicos (Joy Division, The Cure, Siouxsie and the Banshees, The Birthday Party, Psychedelic Furs) que prolongaron con más sutileza y estilo el camino abierto violentamente en canal por The Clash y Sex Pistols en 1977. Dejo dos ejemplos logrados, en forma de videos, de esto que afirmo. El primer caso tiene que ver con el grupo Bauhaus, que desde sus inicios manifestaron una clara tendencia hacia lo gótico y lo siniestro (también en la vestimenta). En esta pieza en directo, Hollow hills, original de 1981 (disco Mask) pero incluida en su concierto-disco Gotham (1999), realizado en Nueva York (1998) durante su Ressurrection Tour (su regreso tras 15 años de separación), puede apreciarse algo de esta obsesiva querencia por las oscuridades subsuelíticas, aunque cierta contención permita no acabar entregándola a los gozosos excesos de Double dare, pieza inicial del disco. Una cuidada coreografía que gira alrededor de unas simples bombillas permite a la voz en tono barítono del teatral Peter Murphy, acompañada por la tétrica guitarra-violín de Daniel Ash, alcanzar su mayor grado de pureza infernal.



Por otra parte, dejo la mejor pieza de Echo & The Bunnymen, el grupo liderado por Ian McCulloch, All my colours (Zimbo), incluida en su tercer disco, el fascinante Heaven up here (1981). El video, sumado como bonus en el dvd Live in Liverpool (2002), es un homenaje a Pete de Freitas, batería del grupo muerto en accidente de motocicleta en 1989. Menos siniestra que la de Bauhaus, la de Echo & The Bunnymen tiende más a una melancolía subyugante, acentuada por la magnética voz de McCulloch y una utilización muy selectiva pero elegíaca del piano. Aunque escrita y grabada antes de la muerte de De Freitas, la muerte de éste la reconvierte en una oración fúnebre en toda regla. Escuchando repetidamente ambas maravillas trato de celebrar, a mi manera, el décimo aniversario de mi resurrección (8 de julio del 2000).
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